¿Qué sentido tiene
el esplendor del ocaso
si tus ojos no se dignan a contemplarlo?
¿Qué razón sostiene
el acto de engendrar una melodía sublime
si tus labios no la harán suya?
¿De qué vale, entonces,
trazar con angustia y fervor
los versos más perfectos,
si jamás rozarán tus pupilas,
si nunca habitarán en tu alma?
Así, toda belleza, desprovista de tu presencia,
se convierte en algo inútil
que cae en el abismo del mundo,
un lamento que carece de sonido,
un perfume que se disuelve en el vacío.
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