Yo amo lo que no entiendo,
y tú eres para mí un divino misterio.
No temas preguntar cuánto,
porque el cuánto es una jaula sin llaves,
un abismo sin fondo.
El amor no tiene peso ni forma,
es como el horizonte:
siempre allí, y siempre más allá.
Si tan solo pudiera decirte cuánto te quiero,
las palabras caerían como hojas marchitas.
Los números, criaturas débiles de la mente humana,
se tumbarían exhaustos sobre la tierra, incapaces de medir lo infinito.
Ni los granos de arena,
ni las estrellas que titilan,
ni las gotas del mar,
podrían contener,
de lo que siento,
la vastedad.
¿Hasta dónde podría guiarme este amor?
Tal vez hasta el confín de los caminos,
donde el viento regresa sobre sí mismo,
donde el sol se levanta por primera vez,
donde la noche entrega su última sombra al amanecer.
Y aún allí, al borde del mundo,
me encontrarías con una palabra simple,
tan común que no parece digna de ti:
Te quiero.
Esta lengua torpe, tan sujeta a lo común,
se niega a darme el verbo exacto.
Quizá exista en un idioma lejano,
un sonido que hable del alma misma,
algo que abarque lo inabarcable.
Pero mientras tanto,
me aferro al hueco que somos,
a este eco que no se llena,
a la esperanza de encontrar mañana esa palabra.
Y hasta entonces, sigue preguntándome cuánto.
Porque en cada pregunta
te quiero un poco más,
y en cada intento de respuesta,
el infinito está más cerca.