¿Tú piensas en mí
como yo pienso en ti?
No, claro que no.
Estoy seguro de que no.
Tu mente va por caminos que no conozco,
corretea entre los montes,
se pierde en el brillo del horizonte,
allí donde yo ni siquiera alcanzo a mirar.
Tus pensamientos son amplios,
como las tierras que nunca acaban,
y los míos, en cambio,
no tienen otro destino que tú.
No te culpo.
No es un reproche, no podría serlo.
Lo entiendo bien.
A ti el tiempo se te escapa de las manos,
se te va con las cosas grandes,
con aquello que pesa en la vida.
Y yo, yo tengo tanto tiempo,
tanto y tan vacío,
que puedo llenarlo contigo.
Así me la paso,
buscándote entre las palabras que me dejaste,
dándoles vueltas como si fueran piedras en el río.
Las tomo, las giro, las acaricio.
Trato de aprenderlas,
de masticarlas,
de saber qué querías decir,
si es que querías decir algo.
Y mientras tanto,
tú sigues allá,
donde no alcanzo,
sin tiempo para detenerte en mí.
Pero insisto, no es reclamo,
¿cómo podría serlo?
Lo entiendo, las vidas no se viven igual para todos.
Tú tienes manos para lo concreto,
para lo que se hace y se queda.
Y yo, yo apenas tengo sueños.
Sueños y estas ganas de
ahogarte en palabras
que no sé si te llegan,
de escribirte en un papel
que tú nunca vas a leer.
Sé que dentro de ti hay cosas
que no alcanzo a entender,
cosas que se escapan
como el agua entre los dedos.
Pero eso tampoco importa.
A mí me sobra tiempo.
Me sobra tanto que
hasta los silencios que dejas,
los he aprendido a llenar con tu ausencia.
A veces pienso que
eres como ese viento que sopla
y no se deja atrapar.
Pasas rozándome,
dejándome el frío en las manos,
pero nunca te quedas.
Y yo, como un tonto,
me quedo quieto,
esperando,
deseando que algún día cambies de rumbo,
que te detengas siquiera un momento.
Me pregunto si alguna vez te detendrás.
Si algún día mirarás hacia atrás y me verás allí,
esperando entre las sombras.
Pero quizá ni siquiera eso.
Quizá lo mío es cargar con esta espera,
con esta certeza de que tus pasos no vuelven,
de que tus ojos miran siempre hacia adelante.
Y aun así,
no puedo soltar la esperanza,
tonta como es.
Porque, aunque no quieras,
aunque nunca vuelvas,
yo te he plantado dentro de mí
como si fueras un árbol.
Y no importa cuánto crezcas
o qué tan lejos se extiendan tus ramas,
yo seguiré aquí, cuidándote
desde esta distancia que tú ni siquiera notas.
Hay días en que me pregunto si te inventé.
Si lo que pienso que eres
no es más que un sueño mío,
un reflejo que creé para no estar tan solo.
Pero luego vuelves a aparecer,
como un rayo de luz
que se filtra entre las nubes,
y todo vuelve a doler,
como siempre.
Y aun con todo,
no me arrepiento.
Porque hasta este dolor que me dejas
me da vida,
me recuerda que estoy aquí,
esperando.
Por eso me pregunto:
¿piensas en mi?