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Toy Soldiers: Paz en tiempos de guerra

Sean Astin —a quien recordamos como el intrépido Mikey en Los Goonies (1985), como Sam en El Señor de los Anillos (2001–2003) o como Bob en Stranger Things (2017)— protagoniza esta película de acción y suspenso juvenil dirigida por Daniel Petrie Jr.

La historia nos sitúa en medio de una situación tensa: el narcotraficante colombiano Enrique Cali está a punto de ser extraditado a Estados Unidos. Para evitarlo, su hijo Luis Cali organiza la toma del Palacio de Justicia en Barranquilla. Tras un fallido intento de liberación, Luis huye a EE. UU. y planea un nuevo golpe: secuestrar la Regis High School, un colegio privado que alberga a hijos de funcionarios y empresarios influyentes.

En la escuela, un grupo de estudiantes problemáticos —liderados por Billy Tepper (Sean Astin)— se convierte en pieza clave de la resistencia. Armados de valor (y algo de rebeldía adolescente), los jóvenes se enfrentan a los terroristas mientras las autoridades organizan un operativo de rescate. El precio será alto, pero el espíritu combativo de los estudiantes marcará la diferencia.

Más allá de la acción: símbolos escondidos

Lo que más llama la atención al mirar Toy Soldiers con detenimiento no son solo las escenas de acción, sino la cantidad de símbolos sociales y políticos que aparecen a lo largo de la película:

  • El símbolo de la paz aparece reiteradamente en camisetas, carteles y decoraciones.

  • Una bandera roja, amarilla y verde invita a terminar con el apartheid.

  • Carteles como “Love your mother” (acompañado de una imagen de la Tierra) promueven el cuidado del medio ambiente.

  • Stickers como “Fur is dead” (en contra del uso de pieles animales) y “On Mondays I rise and whine” muestran un perfil más contestatario de la juventud retratada.

Resulta curioso encontrar tantos mensajes de conciencia social en una escuela para hijos de políticos, jueces y empresarios, personajes que en teoría representan las estructuras de poder que esos mismos símbolos critican.

El símbolo de la paz y su historia

El símbolo de la paz, omnipresente en la película, tiene su origen en 1958, cuando el artista Gerald Holtom lo diseñó para la primera marcha por el desarme nuclear en Londres. Inspirado por la señalización semafórica de las letras “N” (nuclear) y “D” (disarmament), Holtom lo cerró en un círculo para crear un emblema universal.
También confesó que su diseño expresaba una profunda desesperación humana, similar a la figura de los fusilamientos de Goya.

Rápidamente, el símbolo fue adoptado por la Campaña para el Desarme Nuclear (CND) en el Reino Unido y, más tarde, por los movimientos pacifistas contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, expandiéndose como un ícono global de la paz.

¿Una escuela en Europa?

Se dice que en los primeros borradores, Toy Soldiers situaba la acción en una escuela europea, probablemente en Suiza o Italia, con terroristas palestinos como antagonistas. Este cambio a un contexto latinoamericano (narcotráfico colombiano) responde a una narrativa típica de Hollywood en los noventa: los “otros” son siempre los enemigos, pero el heroísmo juvenil estadounidense logra prevalecer.

El pequeño gran detalle: conocer el origen de las cosas

Uno de los momentos más simbólicos ocurre en la habitación de los protagonistas, donde se puede ver un póster con un pollito amarillo cargando un pez y la frase en latín “Cognoscere causas rerum” (“Conocer el origen de las cosas”).
Un detalle casi invisible pero profundamente significativo: en medio de la violencia, las armas y la rebeldía adolescente, se sugiere la necesidad de entender más allá de las apariencias.

Y es que a veces, en medio del ruido, los símbolos pequeños son los que más resuenan.
El latín, el pollito, el pez: una imagen casi absurda que, sin embargo, guarda una verdad simple y dura. No basta con reaccionar a lo que vemos; hay que aprender a mirar más profundo, buscar las causas verdaderas, las raíces escondidas bajo las capas de historia, poder, miedo.

Estas cosas —aunque parecen producto del ocio o del azar— se revelan cuando uno se detiene a observar películas que “ya conocía”, pero esta vez con los ojos de la experiencia, esa mirada entrenada en las pérdidas, las dudas y las preguntas que no siempre sabemos dónde empezar a hacer.
Miramos distinto, porque somos distintos.

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Eduardo López

Eduardo López

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