El sueño se llevó lo que quedaba,
horas enredadas bajo el costado,
el hambre, un animal desesperado,
se devoró a sí misma y se ocultaba.
El sol, cansado, al horizonte hablaba,
un hilo gris de luz deshilachado;
mi cuerpo, por los sueños desgastado,
ni para descansar fuerza encontraba.
Mas no importó. De pronto fui consciente:
te sueño con los ojos bien abiertos,
te digo lo que callo entre la gente.
Y en esa soledad de manos frías,
guardo lo que el silencio no se lleva:
tu rostro, suspendido entre los días.