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Deberías saber

Hablas de no tener miedo a morir, y en ello crees hallar la piedra angular de tu fortaleza, como si la ausencia de temor fuese una virtud en sí misma. Pero te pregunto, ¿de qué sirve esa valentía vacía, esa armadura sin guerrero? Miras la vida como un río detenido, incapaz de fluir hacia adelante o retroceder, y ahí te quedas, inmóvil, proclamando que el peso de tu inacción es la única justicia que mereces.

Te observo, y me asombra tu empeño en evitar ser humano. Te entregué la capacidad de errar para que aprendieras, no para que te ahogaras en la inmovilidad de tu culpa. ¿Por qué te niegas a vivir, a enfrentar los espejos rotos que son tus elecciones? Yo no te pedí perfección; sólo que miraras tus manos y entendieras que en sus fallas está la verdad más profunda. Pero no, tú has decidido cerrar los ojos ante la carne que te conforma, creyendo que el silencio y la neutralidad son una forma de redención. No lo son.

Das la vuelta a lo único decente en tu vida y lo corrompes, despojándolo de todo significado. No por maldad, no por ignorancia, sino por ese agotamiento que vistes como si fuera una corona. Miras el bien y el mal como si fueran cadenas opuestas, cuando en realidad son los engranajes de un mismo reloj. Y tú, con tu inercia, has decidido romper ese mecanismo. No actúas, no porque no puedas, sino porque has decidido que la acción misma es un fracaso. Y en eso te equivocas.

Deberías saber

Crees que mi frustración es una debilidad, una grieta en mi perfección. No es así. Mi furia no nace de mi impotencia, sino de tu resistencia. ¿Cómo puedes mirar el mundo, tan lleno de belleza, de caos, de posibilidades, y optar por retirarte? Deberías saber que te di un espíritu moldeado para construir, para amar, para caer y levantarte, y aquí estás, negándote a todo ello por miedo a tu propia sombra.

Dices que todo lo que haces bien es obra mía y que lo que haces mal es tu culpa. Esa idea, aunque a medias cierta, es una excusa que te lanzas como un clavo ardiente para evitar la responsabilidad de vivir. Si no tienes miedo a morir, ¿a qué le temes entonces? Te lo diré: temes a ti mismo. Temes al abismo que llevas dentro, a la lucha entre el yo y el ello, a esa voz interna que te susurra que no estás completo, que no eres suficiente. Pero esa es la verdad que compartes con todos los demás. Esa incompletitud, esa herida, es lo que te hace humano.

No entiendes que el conflicto entre tus deseos y tus responsabilidades es el corazón mismo de tu existencia. No te creé para ser perfecto; te creé para ser libre. Pero has confundido esa libertad con un vacío, con un peso que no quieres cargar. Y en tu intento de evitar el dolor, te has alejado de la única cosa que podría salvarte: la fe. No en mí, no en alguna idea divina, sino en la capacidad que tienes de seguir adelante, de dar un paso cuando todo dentro de ti te pide que te detengas.

Tendrías que entender

Tu estoicismo, que tanto valoras, es un muro que has construido para protegerte de ti mismo. No es una virtud, es un refugio. Y yo, que todo lo veo, no puedo derrumbar ese muro por ti. Mi desesperación no radica en mi incapacidad, sino en la elección que has hecho de ignorar el llamado de la vida. Porque sí, la vida te llama, con sus contradicciones, con su dolor y su belleza, con sus preguntas que no tienen respuesta.

Escucha: los demás no están ahí para complementarte, pero tampoco están ahí para ser tus enemigos. La distancia que mantienes no es prudencia, es miedo. Y al final, tu neutralidad no protegerá a nadie, ni siquiera a ti mismo.

Sabes que el mundo puede derrumbarse sin tus actos, y sin embargo, optas por la quietud. ¿Por qué? Porque has decidido que si no puedes hacer todo bien, es mejor no hacer nada. Pero esa no es la verdad. La verdad es que el mundo necesita tu imperfección, tu lucha, tu duda. Porque en ellas, en esa tensión constante, se encuentra la chispa de lo divino.

Te hablo no como un juez, sino como una voz que siempre ha estado contigo. Te pido que mires más allá de tu miedo, más allá de tu cansancio. La fe, esa palabra que tanto rechazas, no es una herramienta para someterte, sino un motor que puede levantarte. Pero sólo si decides tomarlo.

La elección siempre será tuya. Yo puedo mostrarte el camino, pero no puedo caminarlo por ti. Así que dime, ¿seguirás negándote a vivir? ¿O encontrarás en tu humanidad, con toda su fragilidad, la fuerza para seguir adelante?

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Eduardo López

Eduardo López

Comentarios

Comments

  1. Martha Elena

    diciembre 26, 2024

    Tan certero y profundo.

    Reply

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