En los muros de Uruapan florecen colores que no solo adornan, sino que cuentan.
En cada trazo, Dhash Dhasher —artista urbano del barrio de Santo Santiago— pinta no solo con aerosol, sino con memoria, con raíz, con la certeza de que el arte puede ser semilla de conciencia.
Su historia comenzó entre los ecos del graffiti y el pulso del hip hop. “Siempre me llamó la atención la fiesta de los barrios”, nos cuenta. No como espectador, sino como quien ha crecido dentro de ese ritmo vital, rodeado del bullicio alegre, del color profundo y del calor comunitario. Desde niño, esas celebraciones encendieron algo que hoy se transforma en murales llenos de símbolos, personajes y mensajes que hablan de lo propio, de lo nuestro.
“Las herramientas que encontré en el graffiti las comencé a usar para retratar la cultura a la cual pertenezco.”
Y así fue. Inspirado por otros artistas del arte urbano, por la libertad que se respira en las exposiciones donde cada quien pinta lo que le dicta el alma, Dhash halló un lenguaje. Uno que no necesita traducción. Uno que conecta desde la calle y para la calle. Uno que convierte una pared cualquiera en un espejo de identidad.
Uno de los momentos que marcó su trayectoria fue su participación en Meeting of Styles, uno de los encuentros de graffiti más importantes del mundo. Ahí, representando por primera vez a Michoacán, se enfrentó no solo a los mejores del planeta, sino a sí mismo. Compartir técnicas, miradas y energía con artistas de distintos países lo hizo crecer. Pero, lejos del ruido de la gran ciudad, hay otro logro que guarda con particular cariño: sus murales en la calle Independencia de Uruapan. En ellos vive un cuento, el de un niño que descubre por primera vez el río Cupatitzio. Ese mural nació para sembrar conciencia ecológica entre niñas y niños. Y germinó. “He encontrado personas que me dicen que ese cuento les gusta mucho a sus hijos”, comparte con humildad. Ese es el tipo de arte que importa: el que se queda en la memoria emocional.
Claro, nada de esto ha sido fácil. Para pintar un mural, además de talento, se necesita pintura. Y para conseguirla, más de una vez tuvo que trabajar semanas enteras en lo que fuera, solo para comprar algunas latas. Aun así, nunca paró. Porque había algo más fuerte: el deseo de representar lo que ama. Y eso, a veces, puede más que cualquier obstáculo.
Hoy, su mirada está puesta en Urhuapani, su primera exposición individual. El nombre, que en purépecha significa “donde todo florece”, no es una casualidad. En esta exposición —que además es un gesto de resistencia simbólica— Dhash busca mostrar la belleza de su tierra frente a los embates culturales de una globalización que muchas veces borra más de lo que suma.

“Quiero retratar lo bonito que tiene nuestra cultura y por qué deberíamos conservarla, preservarla e incentivar a otras personas a quererla.”
Lo hace con personajes que encuentra en las fiestas tradicionales, a los que invita a convertirse en modelos pictóricos de lo cotidiano. Gente real, con historias reales, que representan la diversidad y riqueza de las comunidades. Porque el arte no le pertenece al museo, dice, sino a la calle. A los transeúntes que se detienen un segundo, que encuentran una escena familiar en una pared cualquiera. Y sonríen.
Dhash también cree que el arte debe hablar del presente, de lo urgente: el cuidado del medio ambiente, la protección de las raíces, las historias cotidianas que conforman el alma de un pueblo. Sus murales no son adorno, son puente. Y en esa intención, su trabajo ha comenzado a jugar un papel clave en el desarrollo cultural de Uruapan. Porque una comunidad que se ve representada, se reconoce. Y una comunidad que se reconoce, se fortalece.
Por eso, cuando le preguntamos qué proyectos valen la pena difundir, sin dudar menciona lo que hacemos en Uërani. Y también lanza una llamada de atención: hace falta más apoyo institucional. Porque, como él mismo dice, “una sociedad sana se logra con una cultura sana.”
Y en eso estamos de acuerdo.
