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El arte (dicen) no es para todos

Durante siglos, el arte ha sido considerado un privilegio reservado a una minoría: reyes, iglesias, museos y coleccionistas privados han decidido qué se exhibe, quién lo consume y, sobre todo, quién lo produce. En nuestra región —y en especial en municipios como Paracho, Michoacán— esta lógica se ve reflejada en la casi total ausencia de espacios institucionales para la creación y difusión artística. A falta de políticas públicas que fortalezcan y democraticen el acceso al arte, los creadores locales se ven obligados a depender de iniciativas privadas o de voluntad propia, sorteando limitantes económicas y sociales para compartir su obra.

Por contraste, los recientes recortes y medidas de censura cultural en Estados Unidos demuestran que privar a las comunidades de nuevos espacios de expresión no solo empobrece el tejido social, sino que consolida un mercado del arte especulativo, donde los dueños de “tesoros” antiguos elevan su valor ante la escasez de propuestas nuevas. Frente a este escenario, se vuelve imperativo impulsar acciones individuales y colectivas que recuperen y multipliquen los espacios para el arte, garantizando que personas de todas las edades y contextos puedan crear, exponer y conectar con su comunidad.

El arte como botín de élites y su especulación

Desde el mecenazgo renacentista hasta los grandes museos europeos y las subastas en Estados Unidos, el arte ha sido mercantilizado y controlado por élites políticas y económicas. Quienes poseen colecciones antiguas —pinturas, esculturas, manuscritos— se benefician de que la producción de obra nueva permanezca bajo mínimos, ya que la escasez eleva el valor de sus piezas. Así, el arte se convierte en un activo financiero, desvinculado de su verdadero propósito: comunicar ideas, emociones y cuestionar el statu quo.

El sistema de galerías de lujo, ferias internacionales y casas de subasta establece barreras de entrada para quienes carecen de contactos, estudios formales o recursos económicos. A jóvenes artistas, creadores indígenas o de zonas rurales se les exige “legitimidad” a través de títulos, reseñas en prensa especializada o ventas previas. De este modo, la narrativa cultural se homogeneiza y se relega el arte popular, comunitario y experimental.

Lecciones desde Estados Unidos: recortes y censura cultural

Con el inicio de su segunda presidencia el 20 de enero de 2025, Donald Trump firmó varias órdenes ejecutivas para recortar fondos a las principales agencias culturales de Estados Unidos: el National Endowment for the Arts (NEA) y el National Endowment for the Humanities (NEH). Bajo la etiqueta de “eficiencia gubernamental”, el flamante Department of Government Efficiency (DOGE), liderado por Elon Musk, detuvo más de 80 % de las subvenciones y puso en licencia al mismo porcentaje del personal de la NEH, redirigiendo millones de dólares a proyectos patrióticos como el “National Garden of American Heroes” (Artnet News).

Pese a que la producción artística no cesa, las restricciones a iniciativas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) han obligado a instituciones como el Smithsonian a cerrar oficinas dedicadas a estos programas, cancelar exposiciones de mujeres, minorías raciales y artistas LGBTQ+, e incluso borrar menciones transgénero de sitios web oficiales (Wikipedia, la enciclopedia libre). Curadores y directores, temerosos de represalias o de perder subvenciones, optan por la autocensura, evitando mostrar obras críticas con el gobierno.

Además de la cancelación de becas y exposiciones, los aranceles a importaciones artísticas encarecen materiales —desde pigmentos hasta equipos de sonido— y obstaculizan la circulación de creadores internacionales. Los grandes centros culturales ceden terreno al mercado privado, mientras el público masivo ve reducidas las ofertas gratuitas o de bajo costo.

Paracho y el confinamiento cultural

Paracho cuenta con la sala de conciertos del CIDEG y el Museo del Club de Lauderos, pero ambos funcionan de manera muy limitada: una sola temporada anual de conciertos (Festival Internacional de la Guitarra, primera semana de agosto) y una exposición permanente que no se renueva. Los dos cines municipales dependen de control eclesiástico —uno convertido en “centro de oración” y el otro apenas activo para eventos esporádicos—, lo que demuestra la ausencia de políticas culturales municipales que garanticen continuidad y diversidad.

En este contexto, los músicos, pintores, muralistas y poetas de Paracho deben autoorganizarse: alquilar espacios, asumir costos de materiales, gestionar permisos y promocionarse sin apoyo institucional. Al carecer de un mercado local estable, muchos migran a otras actividades económicas o ven limitado su desarrollo creativo.

Desde temprana edad, a quienes muestran inclinación artística se les advierte: “Escoge una carrera de verdad” o “algo que te dé para vivir”. El arte se minimiza como hobby o pasatiempo, rara vez como profesión digna. Esta mentalidad reproduce el elitismo cultural: solo quienes “hacen arte” de manera formal y respaldada por instituciones son considerados artistas de verdad.

Por qué el arte debe democratizarse

  • Derecho universal: El Convenio de la UNESCO sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales reconoce el acceso a la cultura como un derecho humano fundamental.
  • Cohesión social: Proyectos comunitarios de arte —murales, talleres, festivales locales— fortalecen el tejido social, fomentan el sentido de pertenencia y reducen la violencia y el aislamiento.
  • Salud mental y bienestar: Crear y contemplar arte mejora la salud emocional, desarrolla la creatividad y ofrece herramientas para procesar realidades difíciles.
  • Desarrollo económico: Industrias creativas generan empleos directos (artistas, docentes, gestores) e indirectos (turismo cultural, venta de artesanías, gastronomía).

Al restringir el arte, se priva a la comunidad de estos beneficios. Cuando el Estado y las instituciones no cumplen su rol, el mercado vuela al rescate… pero con lógicas especulativas que elevan precios y concentran la producción en pocos actores.

Propuestas de acción

  • Autogestión artística: Organizar muestras en patios, mercados o avenidas principales; producir fanzines, podcasts o videos que difundan el trabajo propio y de colegas.
  • Formación uno a uno: Grupos informales de estudio y práctica (cineclub, coro comunitario, taller de dibujo, pintura, etc.) donde los propios artistas impartan y compartan conocimientos sin costos elevados.
  • Uso de plataformas digitales: Crear canales de YouTube, cuentas de Instagram o blogs colectivos para exhibir obras, promover eventos y generar micromecenazgo.

Acciones comunitarias

  • Ferias y festivales autogestivos: Emular al Festival Internacional de la Guitarra pero con artes visuales, performance, danza y teatro local, organizados por colectivos vecinales y asociaciones civiles.
  • Murales comunitarios: Con el apoyo de escuelas y comerciantes, destinar muros públicos a proyectos de intervención artística que reflejen la identidad local y refuercen el orgullo de pertenencia.
  • Asambleas culturales: Espacios regulares de diálogo entre creadores, autoridades municipales y ciudadanía para definir políticas culturales mínimas: dotación de espacios, concesión de becas locales, integración de artes en planes de desarrollo.
  • Convenios con instituciones educativas: Incorporar talleres artísticos en todos los niveles escolares, reconociendo la creación como parte esencial de la formación integral de niñas y niños.
  • Presupuestos participativos: Proponer y votar proyectos culturales en los procesos de asignación de recursos municipales, asegurando financiamiento para iniciativas independientes y comunitarias.
  • Redes de colaboración regionales: Vincular Paracho con otros municipios michoacanos (Pátzcuaro, Uruapan, Morelia) a través de circuitos artísticos itinerantes, compartiendo espacios y audiencias.
  • Alianzas con organizaciones internacionales: Solicitar apoyos de ONGs y fondos culturales globales que financien capacitación, intercambio y becas para creadores locales.

El arte como camino de liberación

El arte no es un adorno ni un lujo; es una herramienta de conocimiento, resistencia y transformación. A través de la creación artística, podemos:

  • Visibilizar injusticias: Retratar problemáticas sociales y ambientales que suelen quedar fuera de los discursos oficiales.
  • Construir memoria colectiva: Rescatar tradiciones orales, artesanías y rituales que fortalecen nuestra raíces culturales.
  • Fomentar el pensamiento crítico: Los lenguajes artísticos invitan a cuestionar estructuras de poder y a imaginarnos futuros posibles.
  • Tejer comunidad: Actividades artísticas compartidas generan vínculos de solidaridad y empatía entre participantes.

Cuando abrimos los espacios del pueblo al arte del pueblo, rompemos las ataduras de un sistema que intenta silenciarnos. Cada mural, cada canción compartida en la plaza, cada texto leído en voz alta es un acto de emancipación.

La exposición colectiva del aniversario de Uërani no es solo una muestra de obras; es un manifiesto: el arte es de todos y para todos. Al democratizar el acceso a la creación y a la contemplación, desmontamos el elitismo cultural y transformamos nuestros territorios en espacios vivos donde florecen nuevas ideas y se robustecen los lazos comunitarios. Inspirados en las lecciones de Estados Unidos —donde las medidas de censura y recorte priman la acumulación de activos culturales— proponemos una ruta de autogestión, colaboración y exigencia de políticas públicas inclusivas. Solo así lograremos que el arte deje de ser un lujo para convertirse en el motor de liberación y dignidad que nuestra región merece.

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Eduardo López

Eduardo López

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