Hoy llovió.
La tierra
al igual que yo,
no esperaba nada,
pero la lluvia vino
y el campo despertó.
Vi el maíz,
dorado por el sol,
volver a la vida
y los árboles,
que ya se creían viejos,
se cambiaron de piel.
Todo reverdeció,
en un suspiro,
como si el viento hubiera decidido,
por fin,
hablar.
Me quedé allí,
en el silencio,
con el murmullo suave
de las gotas tímidas
que parecían hablar
en un lenguaje antiguo.
El frío me abrazaba,
pero no me dolía.
Porque como el campo,
yo también reverdezco,
yo también sonrío,
al escuchar tu nombre
caer del cielo.
Nada es coincidencia,
lo sé bien.
Todo es parte de algo,
y en esta pequeña sorpresa,
en este milagro
que no fue anunciado,
me encuentro renovado,
como si también yo
fuera campo
y en tus ojos,
mi alma volviera a crecer.