Es imposible mirarte de reojo,
siempre termino quedándome quieto,
como quien no quiere moverse,
ni romper el encanto de tu luz,
ni tocar la sombra que arrastras.
Te conozco, sí, pero no te alcanzo.
Ahí estás, siempre ahí,
dándome la misma cara,
como si no cambiaras nunca
y, a la vez, siempre distinta.
Eres la luna, familiar y lejana.
Esa que al mirarla me hace chico,
como si el universo fuera una boca
que de tanto abrirse me traga,
y yo, un suspiro apenas,
ante esa maravilla que eres tú.
Pero qué fortuna, qué dicha tan grande
tener este rato, mirarte,
sentir que el cielo se estira y no acaba,
y yo, aquí, tan diminuto,
y tú, tan inmensa y silenciosa.
Aunque nunca leas estas líneas,
son.