Todo de noche da más miedo.
Ahí, mis dudas se alargan como sombras,
y la incertidumbre, esa vieja compañera,
se sienta a mi lado, callada,
esperando que le diga algo.
No sé cuánto tiempo me quede,
si vendrá otra vida después de esta
o si ya he tenido muchas más.
No sé si el tiempo me alcanza,
si me sobra,
o si, en el fondo,
me da igual.
Mi vida antes no tenía forma,
era un preámbulo, un eco vacío,
era como las hojas de encino:
girando en el aire,
haciéndose polvo,
volviendo a la tierra.
Pero tú…
Tú eres el amor que cruza todos mis tiempos:
el de esta vida, el de la pasada,
y el de la que aún no llega.
Eres un hilo que une lo eterno.
Y siempre estás.
Cada vez que respiro, ahí estás.
En mis risas, en mis palabras,
en cada vez que un cada vez sale de mi boca,
te cuelas como luz entre las ramas.
Eres indeleble, una imagen grabada en mi retina,
un fuego inscrito en mi piel.
Y sin embargo, eres también el vacío
que pesa cuando miro atrás y no estás.
Pudimos haber tenido el mundo entero,
pero elegiste un horizonte más corto.
La ilusión del amor, me he dado cuenta,
es más fuerte que la fe,
aunque, al menos en la fe,
uno conoce el final.
A veces sueño con respuestas,
ahí me susurran verdades.
Y otras veces despierto a días
donde todo duele,
y camino sabiendo que ni el polvo del camino
permanecerá en mis pies.
Sea como sea, sigues aquí.
Parte de mí, parte de todo.